Vive y deja vivir Amar sin controlar Amor profundo, total, sin límites. Muchos quieren sentirlo, pero pocos tienen la fuerza para hacerlo. La fusión con el otro es tal que uno pierde el control y se duda hasta de la propia identidad. El amor nos vuelve tan vulnerables que basta un pequeño desliz para sentir que estamos en riesgo. Una mezcla de amor y miedo nos hace cometer tonterías, como entregar hasta la médula (supuestamente) sin esperar nada a cambio. En esa situación, quien lo da todo también espera poder controlarlo todo. Sin darse cuenta, convierte el amor en una deuda, pues detrás de la incondicionalidad hay una exigencia: "si yo hago todo por ti, lo mínimo que puedes hacer es decirme que me amas cada cinco minutos".
Dice la psicóloga Sophie Brousseau, que cuando uno quiere controlar al otro es porque no puede (no quiere, no sabe) controlarse a sí mismo. Tarde o temprano, el otro dirá que se siente asfixiado, pedirá aire, espacios para su realización individual, tiempo para sí... Antes de llegar a ese extremo, la terapeuta recomienda que uno se haga las siguientes preguntas: ¿soy muy demandante?, ¿necesito que me haga cumplidos tres veces al día?, ¿quiero controlar sus decisiones de tiempo y dinero?, ¿hago berrinche cuando sale con otras personas?, ¿tengo la sensación de que quiere deshacerse de mí?, ¿pienso que el amor es vivir pegados como siameses?, ¿hago todo por mi pareja pero ella/él no me corresponde igual?
Si uno se reconoce en varias de las actitudes anteriores, lo mejor es hacer un alto. Hay que dejar de controlar y asfixiar a quien se ama, porque corremos el riesgo de aniquilarlo (simbólicamente hablando) o de matar el amor con ataduras. Para empezar, Brousseau plantea algunas actitudes prácticas para empezar a recuperarse a sí mismo y dejar de asfixiar al otro:
Tu pareja no es tu empleado sentimental, deja de exigirle más y más atención. Llena tus vacíos emocionales a través de otras actividades que te conecten de nuevo contigo mismo. Si te sientes rechazado, rastrea en qué situaciones precisas aparece esa sensación. Habla de ello antes de que se convierta en crisis.
No más chantaje, no más berrinche. Quítate la costumbre de imponer tu punto de vista. Acostúmbrate a preguntarle a tu pareja qué quiere hacer, qué piensa, qué le parece mejor. Escúchalo y dale su lugar.
Ocúpate de ti mismo. Dedica tiempo para realizar una actividad que te encante, en la que no necesites de la aprobación de tu pareja ni de nadie para sentirte feliz. No mientas para controlar al otro, terminarás por agotarlo. Establece tus propios límites y asume tus responsabilidades. Deja que el otro viva la vida como desea, que sea quien quiere ser; ningún amor es más satisfactorio que aquel que vuelve a nosotros porque se siente libre y reconocido.Viernes, 28 de octubre de 2011
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