Por Anila Rindlisbacher La silueta de Jesús Anila Rindlisbacher: mujer montecasereña que en la actualidad reside en la ciudad de Rosario, tiene un blog en Clarín hace mucho tiempo, y la mayoría de los cuentos están inspirados en personajes de Monte Caseros.
Además de cuentos y relatos escribe sobre libros y películas (como una especie de crítica)
Manifiesta no ser formalmente crítica de libros pero asiste desde hace cinco años a un taller de lectura, tiene además talleres de escritura, los que la fueron formando con el tiempo y la práctica. Te contamos que a partir de hoy viernes 28 de octubre podrá leer sus cuentos y relatos en MonteCaserosOnLine una vez por semana.
Las primeras salidas en grupo, consistían en ir todos los domingos a misa a la Capilla San Ramón.
Me pasaban a buscar por la puerta de casa, el Cacho, el Fabián, la Alejandra, el Daniel, la Cecilia y la Patricia.
La misa era a las cinco, pero yo estaba lista desde las cuatro. Para mí era una salida especial, porque me gustaba el Daniel Sánchez.
Íbamos conversando las ocho o nueve cuadras hasta llegar a la capilla. Nos sentábamos siempre en la primera fila y yo trataba disimuladamente de sentarme al lado de el Daniel, pero en vano hacía teatro porque todos bien sabían que me gustaba.
Cuando comenzaba la misa, nos poníamos serios y en silencio. Yo esperaba ansiosa la parte en que todos se saludaban con un beso. Esos fueron los únicos que nos dimos con el Daniel.
Terminaba la misa y regresábamos todos juntos de nuevo. A partir de los diez años, nos dieron permiso para ir a la matiné los días sábados. Para esas salidas yo no quería ponerme esos vestidos con volados y puntillas. Así que mamá me compro unos pantalones de corderoy, que los combinaba con pulóveres gordos de lana tejidos por Doña Tei.
Al cine, también íbamos en grupo y llegábamos siempre un ratito antes así podíamos comprar chocolates, galletitas y gaseosas antes de entrar a la sala.
Pasaban dos películas, la primera siempre era de relleno, la importante era la segunda.
Entre una y otra se hacía un intervalo de aproximadamente quince minutos. Ahí aprovechábamos para saludar a los conocidos. En realidad todos eran conocidos, sólo que con algunos uno tenía mayor afinidad, porque era del mismo barrio, o asistía a la misma escuela.
Fue en el cine donde lo conocí.
Él siempre estaba presente en la sala porque era el acomodador.
Yo le tenía miedo.
Cuando iba al cine de noche con papá y mamá, él se acercaba, y a mí me daba impresión.
Mamá me decía que él era bueno y papá lo saludaba animadamente como para darme confianza
_ ¡¿Cómo andas Jesús?!
_Bien…decía Jesús con su hilo de voz y sonreía.
Yo lo miraba de lejos, escondida en el abrigo de papá. Él me miraba y me ofrecía una sonrisa.
Pero yo no se la devolvía. Sólo lo miraba asustada. Cuando llegaba la hora de entrar a la sala Jesús nos acompañaba guiándonos con la linterna hasta la fila de asientos que nos correspondía.
Yo me la pasaba nerviosa cada vez que él se acercaba a nuestra fila.
A la salida él siempre estaba en la puerta regalando a todos una mirada amable y una sonrisa de despedida A veces camino a la escuela yo lo veía venir con sus ropitas de colores y su gorrita negra. Para evitarlo me cruzaba de vereda.
Cuando íbamos con papá a pescar a la cachuera, así llamábamos en el pueblo a una zona de la orilla del río donde había grandes piedras negras y un tanque de agua en desuso, siempre estaba Jesús con su mojarrero y su bolsita Muy a mi pesar papá me hacía bajar del auto y al acercarnos a la orilla, me obligaba a saludarlo.
_Hola Jesús, lo saludaba tímidamente.
_Hola, estoy pescando, me informaba el con su hilo de voz. Papá conversaba animadamente con él, mientras yo me alejaba con mi cañita, lo suficiente como para no tener que participar de la charla.
Es que a mí, Jesús me daba miedo. Yo nunca había visto a una persona con su aspecto: medía no más de un metro veinte, estaba todo arrugadito y tenía una voz finita y aniñada. Pero se notaba que era un adulto.
Pasaron algunos años, y mientras Jesús seguía su rutina de la pesca, de ser el acomodador oficial del cine San Martín, y yo me transformé en una señorita.
Comencé a ir al cine de noche con algún chico que me invitaba y que por supuesto saludaba a Jesús con total naturalidad.
Así que por vergüenza de decir que le tenía miedo, empecé a saludarlo y de a poco también a hablar.
Me lo encontraba en todos lados, él siempre andaba deambulando. Jesús no tenía una casa propia. Dormía en la calle o en la casa de algún vecino.
Con el tiempo me fui enterando de su triste historia. Jesús perdió a su mamá de muy chico. Tenía dos hermanos y no se sabía bien su paradero. Vivía de la caridad de la gente del pueblo. Todos lo querían. Era una personita que no hacía mal a nadie. Le gustaba jugar con los perros y con los niños. A los niños los confundía el hecho de que era de su tamaño pero parecía un viejito. Casi todos hacían amistad enseguida, con algunas excepciones que como yo, le temían.
Jesús fue secretario del intendente, lo ayudaba en su despacho. Hacía tareas livianas, como diligencias o era cebador de mate en los viajes que el intendente hacía a la capital de la provincia.
Jesús estaba en todos lados. Jesús era del pueblo. Nunca faltaba en las noches de carnaval. Siempre andaba mezclado entre las comparsas.
Había un día en especial que Jesús esperaba durante todo el año: La Navidad. Por alguna razón a él le gustaba la Noche Buena.
Su familia eran sus amigos de la vida, de la calle, reales o imaginarios. No sería raro pensar que Jesús tenía amigos imaginarios: Ángeles que lo acompañaban.
Jesús era un niño, era un anciano, era un amigo, era el acomodador del cine, era el pescador, era el que andaba siempre por las calles de Monte Caseros para regalarle a quien se cruzase en su camino un _¡Hola amigo… ! Y una sonrisa sin esperar nada a cambio.
Jesús era un misterio, nadie sabía a ciencia cierta cuál era la enfermedad que padecía. Se fue como vino, casi en silencio. Aunque su vocecita retumba en los corazones de todos los que lo conocimos.
A veces pienso que en cualquier momento me lo voy a encontrar al dar vuelta alguna esquina. Y cuando paso por la cachuera me parece ver su silueta: agachadito, con su caña, esperando, paciente, en silencio.
Anila Rindlisbacher Fuente: Algunos datos sobre la vida de Jesús Bogado. Personaje que quedó en la memoria de Monte Caseros. Provincia de Corrientes. Fueron extraídos del trabajo de Investigación realizado por Fabiana Roda y Paola Levy Viernes, 28 de octubre de 2011
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