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Gonzalo Heredia y una experiencia inesperada: “He huido despavorido por los techos de las casas”
El actor se prueba como director con Cómo provocar un incendio, la obra que subirá próximamente al Multiteatro. La vida en familia con Brenda Gandini, la mirada sobre su generación y cómo aprendió a reírse del personaje del galán.

Se lanza a una nueva aventura artística, y es un debut que promete. El actor que conquistó al público desde la pantalla, ya publicó dos novelas en editoriales independientes y esta vez se anima a la Calle Corrientes con la propuesta teatral Cómo provocar un incendio.
En diálogo con Teleshow, Gonzalo Heredia cuenta que su ópera prima “nació por una tara en un texto que pretendía ser una novela”. La escena que formó los cimientos de la historia se fue expandiendo hasta afianzarse en las tablas. El guion invita a replantear los mandatos sociales e invoca el desafío a los protagonistas de interpretar a dos personajes. “Se trata de los vínculos familiares en dos épocas distintas: la primera transcurre en los años 80, mientras que la segunda es en la actualidad”, describe.


—Cuando la escribiste, ¿te encontraste con aspectos de tu vida personal?

—Empecé a comprender por qué hacía tal cosa o por qué decía tal otra. Cuando uno descubre eso, intenta diferenciarse de su papá. No porque él haya sido malo o bueno conmigo, sino porque uno quiere ser “mejor”: quiere ser diferente, no quiere ser lo mismo, quiere despegarse. También le pasa Eloy, mi hijo, que no quiere ser como yo. Y está bien que así sea.

—¿Cómo era tu casa durante tu infancia?

—Una familia de clase media. Mi papá mecánico. Mi mamá era ama de casa, pero después empezó a trabajar. Una hermana más chica. La obra también trata sobre los cambios que se dieron en relación a los vínculos en distintas épocas. Lo que hacían las madres en su momento y lo que hacen hoy. El machismo, el feminismo, la relación con la sexualidad de esos padres en distintas décadas. Hoy tenemos un desafío con nuestros propios hijos en términos de comunicación. Somos una generación que tiene que romper ese tabú heredado sobre temas que no se hablaban. Antes se escondían muchos temas para cuidar las apariencias.


—¿En tu casa había cosas que no se hablaban?

—Como en todas las casas. Había secretos y personajes de la familia de los que no se hablaba. Hoy todavía hay mucho de eso que se repite inconscientemente.

—¿Hoy en tu casa se habla de todo?

—Sí, se habla de todo. Construimos ese lugar y espacio de diálogo, pero también eso tiene una contracara: en este afán de que digan y expresen todo, y que tengan opinión de todo, llega un momento en que uno se plantea cuál es el límite. Cuestionan y plantean el “para qué”; entonces hay algo en donde esos límites de la cancha, hay que reescribirlos.

—Nosotros quedamos en el medio de hijos que pueden cuestionar absolutamente todo y padres que nos decían: “Es así porque lo digo yo”.

—Sí. La obra en un principio se llamaba Transición. Más allá de que uno de los personajes estaba con eso, era una nena que se sentía varón. Si bien la obra es una comedia, hay temas que se abordan que son cotidianos pero también son profundos, y yo como padre también me cuestiono y no sabría cómo manejarlos. Porque justamente somos esa generación gris que está rompiendo con esos tabúes de liberación, de expresión, de poder decir, de poder contar, pero a la vez también está criando una nueva generación en donde todos tienen la información al alcance de la mano. Estamos en esa disyuntiva constante.

—¿Cuál fue la pregunta que te hicieron tus hijos que más te descolocó?

—Un montón. La primera vez que hablamos sobre la sexualidad, pero sobre todo sobre las elecciones, fue con Eloy, que era chico. Uno de los mejores amigos de Brenda (Gandini) tiene su pareja y vive afuera. Para Eloy, era “el amigo de mamá y su amigo”. En un momento nos preguntó: “¿Son amigos?”. Y le dijimos: “No, es la pareja”. Y fue de lo más natural. Nosotros estábamos como: “A ver qué pregunta sigue...”. Y nada, ninguna.


—Tiene todo mucho más claro en algunas cosas.

—Hay algo que está naturalizado. Eloy decidió ser vegetariano cuando tenía cinco o seis años. Fue una elección porque vio un capítulo de Los Simpson en el que Lisa se hace vegetariana. Me acuerdo que me preguntó si la carne eran animales muertos y le dije que sí. Siguió mirando la televisión un poco más y dijo: “Bueno, no voy a comer más carne”. Pasaron cinco años y se mantiene así. Es por eso que uno se tiene que deconstruir para poder entender y no caer en ese lugar de que “todo pasado fue mejor”. Decir que nuestra infancia fue mejor que la suya me parece una boludez.

—Recién mencionaste una situación de transición en la obra. ¿Qué hubiera pasado si vos llegabas a tu casa de chico y decías que te sentías mujer?

—Me acuerdo que cuando tenía 13 o 14 años nos encerrábamos en la pieza con un amigo y mi mamá se negaba, y decía que en casa no había puertas cerradas. “Nadie se encierra en esta casa”. Con el paso del tiempo me di cuenta de por qué lo decía. En ese momento nunca imaginé que era por miedo a…

—Después te habrás encerrado con novias seguramente en algún momento y eso habrá preocupado menos...

—Seguramente. Ellos vienen de una generación en la que lo heredado, pesa. Nosotros somos los que cuestionamos ciertos mandatos y criamos a una nueva generación que no tienen ese peso.

—También está el acceso a la información que tienen los chicos y que en ocasiones generan trastornos como ansiedad, depresión o poca tolerancia a la frustración. Una sociedad de TikTok, a la que también debemos guiar.

—Sí, hay algo de la inmediatez que es medio diabólico. Sobre todo porque uno vivió una etapa más romántica, donde la paciencia y la espera estaban mucho más latentes. ¿Qué pasaba en esa espera? ¿Qué sentíamos durante esos días que transcurrían para recibir un llamado telefónico o una carta? Hay algo en la inmediatez que genera adicción. Hoy se puede ver cuando a los chicos les sacas la tablet, por ejemplo.


—Te hiciste un TikTok...

—Sí, la estoy rompiendo (risas). Me divierte, pero no estoy tan pendiente de las redes sociales.

—En Twitter te mostraste ácido muchas veces. Jugás con una ironía muy interesante y te has metido en temas en los que sorprendió verte ¿Cómo te vamos a ver en TikTok?

—No sé cómo usarlo todavía. En Twitter hay un humor muy particular, es como una especie de microcosmos en donde la ironía y la acidez son moneda corriente. Si te enojás de verdad, la podés pasar muy mal.

—¿Te afectan las críticas o los haters?

—No. Aprendí a reírme de mí. Cuando veo algunas críticas, sobre todo con la actuación, trato de ser el primero en burlarme, porque si te reís de vos, ya no es tan divertido. El otro día vi una cuenta que ponían una escena de mi personaje que se había muerto en La 1-5-18 y lo relacionaron a la noticia de la llegada de un OVNI. Lo retuiteé y le puse “excelente actor”, como si fuera un tercero. ¿Quién tuvo más empatía o qué fue más gracioso? Lo que puse yo, porque me estoy riendo de eso.

—¿Y si la critican a Brenda?

—Cuando se meten en la vida privada, quizás sí me molesta. Si bien uno sabe el oficio que tiene y cuáles son sus aristas, tratamos de tener una cierta privacidad. Como si fuera una especie de isla. Y cuando se meten y hablan, a veces molesta. Sobre todo porque a uno no le gusta ver sufrir a los que ama.

—Te chapaste a Fer Dente.

—(Risas) No, él dijo que fue un beso mediocre. No sé qué esperaba. Ni siquiera fue un chape, fue un beso de bienvenida al programa, porque nunca había ido.

—¿Te han criticado muchos besos en la vida?

—No, no tanto. No recuerdo o lo tengo bloqueado, una de dos.

—¿Sos romántico?

—No sé a qué te referís. Brenda diría que no soy romántico.


—¿Y lo demanda?

—No, ya está resignada. De vez en cuando hay un gesto, pero no sé si alcanza para considerarlo romántico. No creo que haga falta comprar flores para demostrar lo que uno siente hacia su pareja.

—Vas a estrenar la obra en un contexto de elecciones, en un país que la viene pasando mal y celebra los encuentros en el teatro para pasarla bien. ¿Algo de lo que viene te da esperanza?

—Después de lo que sucedió en la pandemia, la industria teatral está atravesando un momento fantástico. Ha crecido mucho. Formar parte de eso con una primera obra me pone muy feliz y orgulloso. No soy de los que se desesperanzan, sino que soy de los que creen. Soy de los que buscan el optimismo dentro de un discurso pesimista. Argentina es un país que amo completamente y creo en el amor hacia el país de uno.

—¿Te gusta ir a votar?

—Sí, me gusta ir a votar. Nunca sentí el deseo de no votar. Como ciudadanos tenemos un deber, que además es placentero. Es la única herramienta y siempre voy con esperanza. Las últimas veces me acompañaron mis hijos.

—Esa es otra diferencia en las distintas generaciones. Nuestros padres vivieron la dictadura y festejaron el derecho al voto y a veces los chicos no sé tienen tan clara la conquista de la democracia...

—Sí. No creo que lo tengan tan claro. Cada generación tiene su mambo y convive con su propia historia. Cada una tiene su “guerra civil”, y la que viene se relacionará al cambio climático y la comunicación. Nosotros logramos romper esa herencia de la comunicación y los tabúes, y lidiamos con la generación en donde todo se dice y todo se hace. Criar a esos jóvenes es nuestro principal desafío.

—También hay una libertad sexual más afianzada, al menos en términos de la comunicación, como por ejemplo las parejas abiertas. ¿Cómo te llevás con eso?

—Trato de llevarme bien. De correrme de este lugar preestablecido y construido. Intento tener una deconstrucción. Tengo la mente abierta porque lo laburé: fue una construcción, tuve que aprenderlo. Igualmente, todavía hay muchas cosas que no entiendo, me sigo preguntando y busco seguir aprendiendo e instruyéndome.


—¿Cómo reaccionarías si Brenda te propone abrir la pareja?

—Primero, no creo que lo diga (risas). La verdad es que no sé. Hay una cuestión que se relaciona con lo heredado y lo posesivo. Deberían hablarse muchas cosas para entenderse y aprender. En este momento no creo que pase.

—¿Cómo te llevas con el paso del tiempo?

—Bastante bien. Me da pavor querer seguir sosteniendo una imagen estética. Nunca me operaría, ni me pondría botox. De hecho, no uso cremas ni nada de eso. No tengo tanta relación con lo estético, ni esa obsesión por querer detener el tiempo. Me da miedo ver a la gente que intenta detener el tiempo, porque es como si quisiera retener el agua en un puño. Es ridículo. Quizás el día de mañana, cuando cumpla 50 años, te diga que me encanta el botox y tengo otra cara. Puede pasar, pero en este momento siento esto.

—¿Te acordás la última vez que estuviste contento?

—Ayer en mi casa, cuando llegué. Jugando en la cocina con Eloy y Alfonsina: no sé qué hizo y fue risa.

—Siempre y cuando no toquen los libros y los muevan de lugar...

—No, con eso ya estoy empezando a resignarme un poco porque encuentro a veces libros tirados y uñitas postizas en los libros.

—Me mata, porque lo sufrís de verdad.

—Sí. Y yo pensé que iban a heredar la biblioteca de papá. Qué estúpido.

—Van a heredar otras cosas de papá, y van a construir las suyas propias.

—Ojalá que sí. Eso seguro.

—¿Viste la segunda temporada de ATAV?

—Poco y nada. Habré visto alguna escena en los primeros capítulos. No soy tan seguidor de series. Lamento mucho que le esté yendo así o que no haya tenido una buena recepción del público. Es la única ficción que hoy tiene la televisión argentina y me apena que ese espacio esté prácticamente agonizante.

—Pareciera que hay un nuevo modelo entre productora, plataforma y canal de aire que va hacia ahí. En los Martín Fierro, algunos de tus colegas se quejaban de la falta de ficción en televisión abierta.

—Yo creo que es un espacio que hace algunos años atrás estaba agonizante y hoy está prácticamente muerto. No existe más esa costumbre. La televisión es un negocio y en post de seguir esa intuición de lo que quiere el televidente, ese espacio se mató. Va a ser muy difícil volver a allanar ese camino. Celebro mucho cuando hay alguna ficción o ponen un primer capítulo de una serie en la televisión abierta. Ojalá que siga sucediendo, pero creo que las ficciones están en otras plataformas relacionadas con la inmediatez. Son capítulos y temporadas cortas. Se consume de esa forma ahora.

—Durante el recorrido de tu trayectoria te pasaron cosas curiosas: alguna vez me contaste un trabajo que hiciste que consistía en desfilar en ropa interior en un programa de cable.

—(Risas) Sí, hace mucho.

—Y el otro día me enteré también que te hicieron una propuesta para leer desnudo.

—Sí. Poesía. Lo de la ropa interior era genial, porque era un programa como si te dijera el canal 69, cuando el cable empezaba. No siempre tuvimos 725 canales: hace mucho eran cuatro o cinco, después apareció el cable y fue como una explosión de programas, programitas y programones. En ese momento participaba en uno que hacía una señora que tenía su marca de ropa. Era muy de barrio. Y me ofreció desfilar en boxers. Creo que no hay testimonio de eso. No quedó nada grabado.


—¿Tuviste época de fiestas de 15, bar mitzvá y todas esas cosas?

—Claro, presencias. A los cumpleaños de 15 no, porque me daba mucha vergüenza: ser el centro en una fiesta me mataba, porque era como una especie de obsequio. En cambio, en boliches sí. De hecho, hay una escena en Construcción de la mentira que todo el capítulo es el personaje haciendo presencias por el Interior del país. Me he reído mucho cuando la escribí, porque se presentan situaciones muy bizarras.

—¿Quisiste huir despavorido alguna vez?

—He huido despavorido por los techos de las casas, porque algunos boliches no tenían salida de emergencia. He subido por escaleras que estaban sin escalones. Una vez, en un boliche se desmoronó una escalera porque no resistía. Era muy gracioso que digan: “¡Ahí viene el artista!”, y yo estaba en un rincón rodeado de chapas, sentado en una silla de plástico, esperando en un piso de tierra. Eran situaciones contradictorias que me divirtieron mucho.

—¿En qué época te pasó eso?

—Cuando hice Socias, Valientes y Malparida. Entre 2008 y 2010. Fue arduo, en todo sentido. Era cansador porque grababa de lunes a viernes y hacía eso los fines de semana.

—¿Y el ego estaba acomodado en esa época?

—Uno construye una especie de personaje y da lo que se espera de vos. Era muy novedoso, porque era un pibe para el medio y la televisión. Estaba todo muy fresco. Después entendí para qué lo hacía. Uno intenta contar historias a través de este arte, que es la actuación. Acomodé el ego y los valores que me inculcaron. Hubo un momento en donde me creía importante y me tomaba muy en serio a mi propio actor interior. Un idiota básicamente. Después empecé a reírme de ese personaje de galán.


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Domingo, 13 de agosto de 2023

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