Historia Feliz Día del Padre Están padre e hijo sentados, uno junto al otro en una banca de un jardín.
El padre luce viejo, el hijo es un adulto joven y está leyendo el periódico con mucho interés, ha de haber sido el VANGUARDIA.
En eso, un pajarillo se posa encima de un arbusto. El padre le pregunta a su hijo: “¿Qué es eso?”. –”Un gorrión”, responde el hijo. El padre asiente con la cabeza. A los pocos segundos el padre vuelve a preguntar: “¿Qué es eso?”, el hijo responde: “Te lo acabo de decir, padre, es un gorrión”. El hijo retoma la lectura del periódico. El pajarillo vuela y el padre sigue observándolo, con la mano en la frente para que el sol no le cale. El pajarillo se posa en el suelo, a un lado de la banca. “¿Qué es eso?”, vuelve a preguntar el padre. El hijo cierra el periódico, y en tono molesto le responde: “Un gorrión, un gorrión padre, ¡¡¡un g-o-r-r-i-ó-n!!!”.
El hijo se le queda viendo al padre, quien está cabizbajo y en silencio. —”¿Qué es eso?”, vuelve a preguntar el papá. —”Por qué haces esto, ¡¡ya te dije muchas veces que es un gorrión!!!”, le grita el hijo a su padre: “¡¡¡¿No lo entiendes?!!!”.
El padre, sin decir palabra, se levanta de la banca y empieza a caminar.
—”¿A dónde vas?”, le pregunta el hijo. Sin hablar, el padre extiende la palma de su mano al frente, como diciendo, espera o déjalo, no importa.
El anciano camina lentamente hacia su casa, de fondo hay una música triste de piano. El hijo deja de leer el periódico y pone su mano en la frente. El gorrión mejor abandona la escena.
El padre regresa con un cuaderno, busca una página y se lo pone en la mano a su hijo, le señala un párrafo y le dice: “En voz alta”. El hijo empieza a leer: “Hoy mi hijo más joven, quien hace unos días cumplió tres años, se sentó conmigo en el parque cuando un gorrión se paró enfrente de nosotros. Mi hijo me preguntó 21 veces ‘¿Qué es eso?’, y las 21 veces le respondí que era… un gorrión… Lo abracé cada vez que me preguntaba lo mismo, una y otra vez. Sin enojarme, sentí cariño por mi pequeño hijo inocente”.
El padre asiente con la cabeza, el hijo cierra el diario, en silencio besa a su padre en la frente y se queda abrazándolo en la banca. Mientras, el gorrión vuela entre los árboles que los rodean.
La paciencia nos la enseñan los hijos, más que cualquier otra persona. La paternidad es como un maratón, en el que hay que saber administrar las energías para cuando llega la época de la tormenta, que es la adolescencia.
Un papa entiende que Dios nos ama aún más de lo que amamos a nuestros hijos.
Podemos confiar siempre que Él quiere lo mejor para nosotros. Por eso le decimos “hágase tu voluntad” y no la nuestra.
Dios Padre nos da una probadita de lo que El siente cuando nos deja ser papás. Nosotros sólo invitamos a los hijos a la fiesta de la vida. Ponemos la carne, pero Dios les pone el espíritu, y nuestra labor es guiarlos para que, al final, ese espíritu regrese con su dueño.
Cuando era niño iba en el asiento de atrás del carro, observando a mis padres; ahora me toca manejar y ser observado por mi hijo. El carro es como la familia: hacia dónde la quiero guiar, los cuidados y prevenciones que debe uno tener con los peligros del camino para llegar al destino. Al ser papás comprendemos a nuestros padres y que no es fácil ser el de volante.
Jesús H. González de León
Domingo, 19 de junio de 2011
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